martes, diciembre 13, 2005

Oh, that narwhal toothache!


Los famosos y místicos colmillos del unicornio comenzaron a circular por Europa en el año mil, aunque ya los griegos y romanos se habían convencido siglos antes, por influencia china milenaria, de la existencia de ese maravilloso caballo blanco con cuerno, símbolo de la pureza de espíritu, el mundo sobrenatural. Poseer uno de los mágicos objetos presagiaba poderes gigantes y control sobre las enfermedades y los venenos. Se convirtieron en el regalo más codiciado de reyes y reinas, y quien presentara uno prácticamente se hacía Slim de la noche a la mañana. En el siglo 16, la reina Isabel recibió uno valuado en 10,000 libras de entonces, el precio de un castillo con todo y tierras. Karl V de Austria pagó gran parte de su deuda nacional con dos colmillos y los Hapsburgo luego hicieron un cetro de uno, con diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros incrustados. A fines del siglo 17 un científico danés reveló el origen de los mágicos marfiles espirales: venían de una ballena chica del polo norte, el narwhal (ballena cadáver, por sus manchitas en la piel, como les salen a los marinos ahogados, tan dulce idioma el noruego). El nuevo mito de la fuerza inaudita de esta bestia marina suplantó al del unicornio. Se decía que atravesaba barcos como taladro, que cortaba las capas de hielo para tomar aire y peleaba con su colmillo por supremacía macha. Y hoy, en nuestra era de la verdad científica, nos informan que se trata de un diente gigante con diez millones de tubitos que van del exterior al nervio central, algo como la peor pesadilla del universo, un diente de tres metros de largo lleno de picaduras en el agua helada del polo norte. O sea, San Narwhal de los sufrimientos. Con razón molerlo curaba el peor hechizo. ¿Su propósito? Identificar partículas nutritivas para seguir la corriente que conduce a la comida, detectar cambios de salinidad para evitar capas congeladas, y sacado al aire derechito, como estandarte macho erecto, predecir tormentas, y de paso seducir y atraer, pero a otros machos, pues se juntan y frotan sus colmillos suavemente, para limpiarlos y para provocarse miríadas de sensaciones eróticas, insospechadas para las pobres hembras, que envidiosas y sin diente los contemplan, preguntando now what?, gritando nagual, ¡la onda soy yo! Ah que los narwhales, tan sofisticados seres y tan antiguos, no se pelean, se frotan, so sexy. Claro, no vayan a pasar al coito. ¡Auch!

"¡Frótale más abajito, wey, que me da, me da!"

 

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