yell taxi? no, just press!
Oh, cuántas historias se desarrollan en la oscuridad profunda y cálida de un taxi amarillo de Nueva York. Tan solicitados y frecuentados por los locales, que se consideran extensión móvil de la sala de la casa. Allí uno repasa puntos importantes antes de una junta, recupera el aliento rodeado de mil bolsas de shopping, besa y faja con el recién conocido amante, hace llamadas intercontinentales en el trafico y se lee todo el periódico, bebe y fuma tras el vidrio divisorio y viaja de bar en bar, bajando de uno, subiendo a otro, reconociendo los orígenes de todo un universo de conductores que casi no hablan inglés y no sonríen y nos ignoran, como debemos hacerlo nosotros. Parsons, la maravillosa escuela de diseño metida en el Village, abrió sus puertas para dilucidar sobre el futuro de los famosos taxis amarillos. Las propuestas son tan buenas, que las autoridades han decidido incorporarlas a su flotilla, y los autos mismos los irán remplazando poco a poco, hasta quedar bien futúricos ellos y ser los primeros con el taxi del siglo XXI. Claro, quizá le ganen al bochito verde ñeris con virgencita iluminada, tercipelo y colgajos, pero no a los aún más famosos cabs ingleses, esa belleza negra, clásica y redondita, que ha sido rediseñada en más cuadrada y es ahora más cómoda y espaciosa y sigue con su habilidad de dar vuelta en U en una típica calle angosta londinense. Y mientras al taxista niuyorkino hay que darle instrucciones de cómo llegar de la 20 a la 45, el london cabbie pasa exámenes rigurosos de meses para conocer todo recoveco posible. Pero los taxis amarillos son accesibles y parte de la vida niuyorkina y de mil pelis que los incluyen, desde que crearon fama los tradicionales, espaciosos y anticuados checkers sesenteros, así que su evolución futurista nos afecta así de directito. Para empezar, un botón del celular alertará al más cercano. Fin de pleito y gritos desgañitados por uno. Ya adentro, la computadora diseñará la ruta más corta y eficiente, considerando desviaciones, tráfico, rutas escénicas y demás modalidades, y el pago será con tarjeta, de crédito o de transporte, pasada por la ranurilla pilla. Como setenta de cien taxis llevan sólo a un pasajero, los nuevos serán de dos tipos, los amplios para aerop, y los compactos, con la entrada del conductor en vez de cofre y asientos enfrentados, puertas deslizables, techo de vidrio de una vista, para admirar los edificios y que no lo miren a uno, acceso a internet y cargador de celular. No importa. Yo sigo añorando los cabs ingleses, con su delicada orilla roja en las vestiduras grises, teléfono en el descansa brazos, y el simpático cabbie ofreciendo adivinanzas en cuanto abría la ventanita divisoria. Pero he tomado más taxis verdes, y vaya que los disfruté, perversamente. ¡Viva el taxi!