lunes, septiembre 26, 2005

those primitive times


¡Ay, se murió el súper agente 86! Tan simpático él, y tan guapa la 99. Él hecho bolas, ella tan lista. Y todos los gadgets tipo burla de James Bond, y el primer celular del mundo, el famoso zapato. La cúpula de silencio, las puertas y rejas para bajar al sótano donde estaban las oficinas de Control, las explicaciones revueltas de Max. Gran concepto. Veía el programa cada semana y en la primaria discutíamos los amigos los detalles durante el recreo comiendo torta de lengua en salsa de tomate (las de la cocinera de Guillermo Teuscher, el de la casa llena de piezas de la cacería de su papá en África), sangüich de jamón y queso (las de Malena mi cocinera, tan sencillito y agringado yo) y torta de pierna adobada (de la cocinera de Ernesto Vargas, el de la casa en Cóndor 245). También teníamos reunión de diseño de coches. Mi marca se llamaba Heta (pronunciado con j; no sabía de la existencia de una palabreja de mala gana) y mis coches eran los más largos y elegantes. Uno podía medir una cuadra. El sport coupé para dos, por ejemplo. O competíamos en los mosaicos del patio cubierto del Instituto Cumbres con nuestros respectivos coches Corgi Toys, los mejores de la época, con suspensión y eje delantero movible, puertas abatibles, interiores exactos, carísimos. Yo tenía un Mercedes SE200, blanco con interiores rojos, y un Jaguar XKE rojo de techo negro, aunque ése no tenía muy buen equilibrio en las curvas. Ganábamos parejo. Cuando fui a pasar el invierno de tercero en San Luis Misuri, oí la voz original de Max y me decepcionó. Hoy me entero en el recorte del periódico que su voz era lo mejor del programa, toda irónica y cortante, y que él opinaba que por eso nunca le dieron otro personaje. Lo que se aprende 40 años después.

 

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