xochimilco biennale
Mientras los artistas de moda y los directores de museos de arte moderno más conocidos del mundo y los compradores de arte de las galerías más prestigiosas de Nueva York se arremolinan para obtener invitación a las fiestas más importantes de la Biennale de Venecia, y pagan hasta 200 dólares por el brazalete azul pirateado para la fiesta gringa en el Palazzo Papadopoli (debe decir “Ed Ruscha Venice Biennale 2005”), o de plano se zambullen a la James Bond en el canal con el smoking bajo el traje de buzo para llegar al yate Octopus de 413 pies de Paul Allen, que tiene alberca, cine, helicóptero y su propia colección de arte, algunos de los blogueros el viernes tuvimos que hacer expedición periférica con Guiaroji en mano para llegar a la puerta del evento del mes, la fiesta de disfraces de las Chicks de Plaqueta. Una vez que obtuve de Berenice (que venía de Cenicienta, creo, o de Naomi Campbell) el anhelado pincelazo de barniz morado en la muñeca, pasé al patio de la fiesta, repleto de seres en disfraces de lo más variados, para ser reconocido por Alejandro (él venía de inspector Clouzeau) como cuadro de Andy Warhol (por mi camiseta de sopas Campbell’s) y saludé a Raúl (que venía de fan de Bauhaus) y a Mario (que no llevaba disfraz pero su camisa anti balas o balaceada daba el gatazo) en espera de Plaqueta, quien hizo entrada triunfal como Jem con su chairo JC de policía anti motín y acto seguido resurgió como princesa de cuento con sus caireles rosas y vestido largo de anchas y ruidosas crinolinas. Llegó Gonzalo en personaje todo elegante de película aún no estrenada, luego Luis Ricardo en sensual atuendo futbolístico, una japonesa en kimono, y otra en traje escolar con cadena matadora de Kill Bill (creo que ella ganó el premio). Bebí Filósofos, la célebre lata de whisky con soda que traía Tamara en su maleta multi función –de la que sacó un saco supercalifragilístico para mí. En Venecia hay las recurrentes declaraciones políticas, más sutiles este año, como el pabellón rumano, donde no hay nada (clarísima la intención) o la obra fallida de un alemán de poner un cubo negro en la plaza de San Marco, tipo Ka’ba en la Meca, o el candelabro gigante de miles de Tampax, o el poster feminista que dice “¿Deben las mujeres desnudarse para entrar al Metropolitan?” En la fiesta de Xochimilco no hubo controversias, pero tampoco hielos, así que recorté mi estancia por el calor y la sed y la necesidad de llegar, por la vieja cuesta oscura, a dormir a Cuernavaca.
"¡Qué pálida mi peluca, debo tomar esa sopa!" "¡No, es mía!"