life in vallarta
Fui feliz allá y ahora, ¡oh tristeza!, he vuelto a mi ciudad, que alguien metió al microondas en mi ausencia y no le han apagado. En el trópico dormía fresco y no sudaba la camisa. Mi esclavo mayordomo amigui inglés Antoine cocinaba diario manjares insuperables y bebíamos vodkas tonics todo el día para refrescar la lengua junto a la piscina tomando el sol y leyendo o durmiendo, y abríamos vino tinto para la cena y desayunábamos café del starbucks que alguien dejó recién molido en nuestro refri, y jugo de naranja frío y luego una o dos cervecitas pa la cruda y ya, quedaba uno perfecto, después de dormir a ronquido suelto cada quien en su habitacion tranquila, fresca, sin moscos ni ruidos más que las olas del mar tronando contra las rocas. Qué bien se duerme así, luego de andar de parranda en los bares tremendamente homosexuales del centro viejo, llenos de locas de toda índole, desde los gays ricos de San Francisco, dueños de prósperos negocios y retirados en casas bellas en nuestra costa jalisciense, ya mayores y golpeteados pero divertidos y generosos (me ligué algunos, socializamos), a canadienses y gringos de otros lares, más jóvenes, de las nuevas generaciones, todos moldeados en la fábrica de Ken, osados, divertidos, expertos (me ligué uno, bailamos y nos besamos), a los europeos fascinados con la facilidad de la vida junto al mar (llevaba el mío), a los arrabaleros mexicanos (pesaditos), los aldeanos trepadores (me ligué uno, nos amamos) y hasta los oscuros drogados y malvividos huidos del DF en busca de manutención o ingenuo pa robarle (golpeé a uno, me sentí bien macho). No sólo de gays vive Vallarta, por supuesto, si hay todo un mundo más allá del río, creciendo y atrayendo aviones por montón. Pero de este lado del río ¡está con madre! Y el precio de las propiedades trepa y trepa, más rápido que yo a las mesas de los extranjeros, para que me pagaran todo, y a los cuerpos de los aldeanos, para masajearnos todo. Claro, de día me porté muy bien unas horas y traduje todo lo que enviaron de la oficina, así que diez de conducta y permiso para repetir en noviembre. Mi jefe buena onda vale mil. Y la vida en la playa un millón. Huyamos todos ya.