lunes, junio 20, 2005

going backward


El viernes tuve un maravilloso y espeluznante viaje hacia el pasadooooo, que comenzó con la llegada al Salón 21, donde por supuesto estaba mi amor platónico de hace veinte años, que me hizo ser tremendamente pasional e infeliz cuando hice la carrera de publicidad, el tal Demian, igual de insolente y malhumoriento, con cara de apenas recuerdo quién podrías ser, ah, ps igual, sí, cuando era evidente que al verme le bailaron los ojitos y sudó helado y se vino abajo su mundo también. Por él conocí la música intensa y apocalíptica y profunda y vanguardista de Nina Hagen (¡tiene mi edad!), y por ella cantando New York, New York me lo llevé a él a esa ciudad de locuras ochenteras, y muchos años después, hace uno, en una segunda confusión espantosa me enamoré de otro tipo que se parecía a Demian y, siguiendo las pegajosas letras de la adorada Nina, me lo llevé a París in springtime. Ah, qué Nina (the mother of punk, so what the funk!), tan influyente, tan loca y sensual y simpática y chistosa y etérea y eterna, tan berlinesa -emitía la decadencia de los años treinta en la fantasía poderosa de los ochenta. Creo que inclusive canta mejor que antes, con la voz aún más gruesa y llena de tonalidades. Amé verla. Luego nos fuimos los cuates de pícaros a los bares rascuaches de putos del centro y bebimos múltiples cervezas, ligando con rancheritos esclavos (el mío siempre está allí, feliz de verme, sonriendo todo francote con su bigote de chente) y para cambiar de ambiente fuimos al bar decadente de la zona dizque rosa, y allí me sedujo un tipo boxeador, fuertote, pasadísimo, lento, grave, que me recordó amores fracasados de tipos aprovechados que sólo buscan dinero y robarse relojes o lociones o lo que quepa en sus bolsillos. Y tal cual, en mi embriaguez y la fantasía de la noche lo llevé a casa, disfruté muchísimo sus fortísimos músculos y me dormí un momento, para despertar con la sensación de que algo andaba mal. Pero no tanto como antaño, pues el bandido se había quedado encerrado en el edificio y lo encontré en las escaleras con mi chamarra y demás recuerdines, así que me los devolvió y lo llevé a la puerta. Nomás no crezco. Mejor, porque de ver y oír a mi padre al día siguiente, repitiendo al final de su celebración paternal lo mismo exacto que había dicho al principio, odié la idea de envejecer y creer que lo que digo tiene inmensa sabiduría y en cambio suena patético. ¿Cuándo se pierde el contacto con la realidad? ¿O con los jóvenes? Ay, ya estoy en la etapa de olvidar capítulos enteros de la noche, nombres de miles de cosas importantes, y deambulo en un sueño permanente, pero me siento joven. ¿Lo seré? ¿Cuánto tiempo? Help me, Nina! Give me silent love!

 

Powered by Blogger