lunes, noviembre 22, 2004

oh, a lady! wow! bow!


Dame Edna le atinó perfecto desde hace siglos, cuando llegó de Australia a Londres, en su papel travestido de mujer de inmensa riqueza, insoportable fama, toda grotesca, grosera y pretenciosa, y muy chistosita. El crítico de su nueva obra en Broadway explica que los grandes cómicos explotan enojos básicos de su cultura, y así como Chaplin se burlaba de la opresión de clases, Dame Edna se nutre de nuestra obsesión masoquista con los ricos y famosos. Según ella, las estrellas sólo existen para hacer al resto del mundo admirarlos con envidia, hervir de celos y sentirse totalmente inadecuado. Uno de los puntos a favor de esta horrenda comediante, pero infalible en su atinada burla, es la obsesión gringa por los títulos nobiliarios, y el nerviosismo que crean, por inseguridades personales. Eso me recordó mi estancia en Vallarta, donde mi amigo presentaba a una amiga inglesa como Lady McCorquodale -lo era y había sido tía de Diana de Gales- y los gringos, locas desatadas de mediana edad, acostumbrados a seguir los chismes tipo Hola pero a fijarse sólo en la vestimenta y actitudes de las mujeres, trataban de hacer reverencias que nos mataban de risa en su torpeza, exageración y ridícula cursilería. Y luego la verborrea desatada por codearse con una "leidi", y tan cercana a una verdadera santa tipo siglo veinte, la mismísima Diana. Disfrutábamos el show y aprovechábamos su repentina generosidad. Mi amigo decía "Sí, traigan copas, hagan reir, sufran y sean felices". Y nos íbamos a dormir, pero la leidi en el sofá, para que despertara temprano e hiciera el desayuno.

 

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