little world, little wisdom
Recuerdo una tarde lejana en que mi mamá me dio a leer un artículo de la revista de su amiga, y empecé a sentir algo extaño, pues reconocía en el texto mis confesiones babosas, al punto de querer gritar que me habían plagiado, hasta que llegué sudoroso al final, donde la autora me daba crédito por las profundísimas revelaciones y me apodaba el pequeño filósofo. Ay, qué lindas eran esas épocas, todo era tan sencillo, tan cercano, tan real. Uno hacía su tarea, sacaba diez, mamá se la presumía a la amiga a la hora del cafecito en Sanborns y la arpía se lo arrebataba, lo traducía y lo presentaba como su nuevo artículo del mes. Y uno ni enterado, en bicicleta de rueditas laterales sobre la banqueta, mientras pasaba un Mustang rojo al lado, con mi compañera de clases, Mónica la güera tremenda, abrazada al piloto, fumando mota y riéndose a carcajadas de alucinarme con suetercito azul cielo maniobrando para evitar el arbusto que marcaba la entrada a la casa. ¿Seguiré igual? ¿Creceré? Mami, ven por mí, odio el tabajo. Comprueba mi nivel de teto en: