lunes, enero 08, 2007

triumphant john frog


Uno de los amigos que conseguí durante mi estancia en Vallarta esta Navidad es canadiense de nacimiento y de ambos padres (sumamente protestantes, recios y aburridos) pero habla español con el acento más madrileño que se pudiera encontrar en esa zona playera de Jalisco. Es profesor de teatro español barroco en Queen’s University en Kingston, Ontario, cerca de Toronto, y acaba de publicar un libro de lo más simpático sobre Juan Rana, el primer actor español cuya historia homosexual se conoce y se aceptaba entonces, con la protección de la monarquía o al menos con su vista gorda. Me invitó a cenar a uno de los restaurantes de la zona gay (o rrrromántica según las guías turísticas locales), el Botavento (nombre nada agraciado, y se lo llevaba el viento cuando lo quería recordar), de comida semiasiático-californiana pasada por México. Noodles con chile y pollo, digamos. Allí me platicó de los entremeses teatrales de la era barroca del teatro español, pequeñas obras de famosos para entretener al público, pues ir al teatro era cosa de todo el día, con intermedios después de cada acto, con sus entremeses, comidas, paseos y demás. El tal Juan Rana era tremendo, súper simpático y famoso y la gente lo aclamaba. Se escribieron más de 50 obras cortas para él, incluyendo las de Calderón of the Boat. Lo metieron al bote por el atroz pecado de actos homosexuales y al salir fue más atrevido todavía, actuando partes travestis, de torsión de género, y homosexuales, partes que hablaban de asuntos de género, sexuales, de diferencias biológicas. El chiste del libro del tal Peter, mi amigo gordito y atrozmente homosexual, divertido, brillante y bebedor como los buenos (claro que le gané pero esa competencia ya me está aburriendo), es que analiza la vida del actor dentro y fuera de escena, poco discutida anteriormente, y demuestra que su homosexualidad era tolerada, y hasta entendida y aplaudida por el público, con lo que abre una nueva perspectiva sobre la edad de oro española. Para mí que leyó tanto sobre este raro bicho, que absorbió como don Quijote lo que aprendió, y en Vallarta se paseaba como el verdadero Juan Rana.

 

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