miércoles, julio 05, 2006

Oh yes, a goal; two!


Después de tres semanas de ausencia, no podía sentarme con los demás de la oficina a ver el partido entre Alemania e Italia, además de que me aburre pavorosamente el fut y no puedo concentrarme un minuto entero para seguir el balón, así que continué muy disciplinado tecleando mis deberes, pero en cuanto llegué a casa y encendí la tele para ver si ya había señal (los exigentes cableros la habían cancelado por mi retrasito en pagar), descubrí el verde brillante de la cancha de Dortmund en la primera repetición del partido y no pude resistir la tentación: dejé el canal puesto, pero tal cual, me dormí todo el primer tiempo. Recobré el sentido, quité el vociferado monótono e insufrible de los comentaristas y pude más o menos seguir el juego, aún aburrido, dándome cuenta de que lo odio porque se trata de una frustración tras otra, pero me fui interesando en los diferentes jugadores guapos, en espera del famoso y tremendo final. Fue en verdad espectacular ese primer gol curveado que apenas evitó ser atrapado por el portero alemán y cambió todas las expectativas, para ser reforzada la victoria con un sorprendente segundo gol de un jugador ágil y que iba completamente solo. Qué rica sensación, correr con el balón, colocarlo sin obstáculos y patear con fuerza, limpio, y atinar. Como la única vez que yo metí un gol, en tercero de primaria, después de que la bola llegó a mí de lejos, no había nadie, y mi patita se puso así y le di y metí gol y nadie lo creía y menos yo y fui feliz. Un gol, un batazo, un tiro perfecto de golf, un lanzamiento de basket que cae derechito; lograr que la pelota haga en el juego lo que debe, en el momento en que todo se reúne para lograrlo, se siente como magia, magia que sostiene un evento de millones, en costo y fans. Se vale.

"¡Bien chicos, y de aquí al mundial!"

 

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