jueves, mayo 11, 2006

Monterrey con madre, wey!


Nunca en la vida había tenido razones para visitar ese lejano punto industrial y próspero, sin historia ni arquitectura colonial, caliente, seco, inhóspito y demasiado religioso para la comodidad de los menos creyentes. Pero se rompió el hechizo y 40 años luego de mi primera invitación por parte de mi mejor amigo de la primaria, rechazada por mi mamá me mima, la compañía para la que trabajo me envió a traducir una junta de clientes rete difíciles que estarían peleando a gritos el día entero. No hubo problemas, se resolvió la diferencia de 200 mil dólares a favor de la aseguradora, nos fuimos al San Carlos a comer cabrito (el bebé chivo de menos de una semana de nacido, cosa tremenda de digerir moralmente pero tan suavecito y tiernito y rico que uno dice, ps ni modo manigüis, te tocó perder y me das mucha dicha) y de regreso, en el aeropuerto compré glorias tradicionales y filetes para nutrir con proteínas saludables a los novios en potencia. El día anterior me dediqué a recorrer la ciudad. Caminé por toda su macro plaza, arquitectura soviética socialista de hiper kilométrica proporción rodeada de silenciosos edificios de gobierno, con su exótico faro naranja que debe caerse en cualquier momento por los vientos pero que sigue allí. Luego llegué al simpático y pueblerino barrio antiguo, de angostas y empedradas calles y casas antiguas de varios colores, donde probé la mejor y más fría limonada del planeta (con su amargura implícita y tamaño gigante) y visité varios bares, vacíos por ser lunes en la tarde (por eso no pude entrar al museo de arte contemporáneo, el Marco), antes de aceptar la sugerencia de un amigo ultra guapo, que me estaba cancelando la cena por haberse quedado en México, de tomar un taxi a la zona guau para ver la ciudad de los ricos, y bajar en PH. O sea. Pero tuvo razón, pues al cruzar el río el lugar se vuelve frondoso, contemporáneo, atractivo, imponente, con edificios trepados en el monte, casas enormes con influencias gringas y corporativos de mil cuadras que presumen dinero dinero dinero. Maravillarse por una tienda es cero cool, pero el Palacio recién abierto tiene el concepto más avanzado de tienda departamental que haya visto. Todo se ve de un punto, todo se antoja, todo es caro y todo es futurista. Salí muy impresionado y regresé al hotel para reunirme con Silencio, que venía en el avión, para cenar los famosos rib eye steaks, mmm, qué ricos, y beber vodkas y mirolear a los chicos. Así que sí, pasé dos días agradables y pude ponerle contexto real a la abstracta idea de la ciudad de por allá quién sabe dónde.

"Qué crueldad, eh, ¡pero qué rico!"

"They're like so modern here, wow!

 

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