martes, junio 06, 2006

water, steam


El agua se ha ido colando en el hacer de la vida urbana, como en el nuevo edificio de Hearst en Nueva York, cuya cascada consume 15,000 galones de agua de lluvia por hora y se desliza por 580 barras, 50 toneladas de vidrio transparente con la función de dar forma y frenar la velocidad del líquido, darle su tono musical perfecto, evitar goteos, pero mantener su energía para que inspire y relaje a los oficinistas que van rumbo al trabajo. Yo, casi en lo mismo. Admiro la lluvia, pero en días de noches mojadas, mi nueva costumbre maravillosa y sana y erótica y económica es aguantar en una fiesta sabatina hasta el amanecer y lanzarme raudo a las 6 que abren al vapor que queda por el teatro de Fábregas. Oh paraíso. Toallas blancas, jabón neutro, azulejo por doquier y vapor, vapor, vapor, a distintas temperaturas, desde la apenitas leve para aguantar un rato y beber una cervecita helada, hasta la verdaderamente hot nos van a matar y vender como pollos y nadie se mueve haciéndose el muy aguantador. El asunto es relajarse, sudar un poco, beber, entrar a un cuarto más caliente, sudar más, expeler toxinas, mirar a los tipos en su letargo, animarse a un masaje profesional, con el tipo más joven y grandulón y morenazo (¿campeón de luchas?). Me tumbo, me cubre de toallas que va quitando a su antojo, me baña con su esponja en agua y jabón, me masajea todo el cuerpo, me voltea y levanta y acuesta y estira, me dejo hacer, me hace joven, me llena de amabilidad y dormitación y zumbido generalizado, floto, termina, me baño bajo chorros bestiales calientes y fríos y me siento a descansar en un cuarto más oscuro. Hay mucho que mirar. Los tipos que se envidian los pitos, los que se disfrutan uno a otro, los que tienen a una marabunta atendiéndolos, los histéricos separatistas, los machos, los viejos, los demasiado jóvenes, los muy gordos y los muy flacos. Algún espécimen ejemplar, por sus músculos o su falo. Es un mundo masculino y extraño, intenso y relajado. A veces el silencio se rompe, como este domingo que un gordo blancuzco y desagradable gritó a su hijo, casi de mi edad pero gordo gordo y de cara de susto: “¡Conmigo no juegan! ¡Tráeme la pistola!” Aparentemente alguien se pasó de lanza y lo quiso seducir, pero al mirar sus partes confirmé que efectivamente se habían llevado su pene. Allí no había nada. Y sucede, con el calor y la pena, que a muchos no sólo no les crece descomunalmente como a los más intrépidos y dotados, sino que se les mete hasta mero adentro y deja de existir, pura arruga allí, cosa rara.

"dos horas más y quedo flaquis"

 

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