viernes, enero 28, 2005

lunch with a psychic


Decretó que nadie interrumpiera (estaba cerrado el bar) y en cuanto saludé me dijo que mi energía era buena (llevaba un vodka) y que pronto me llegaría el amor verdadero (dejé de opinar). La mujer alta y delgada, de facciones mayas estiradas por la modernidad y blanqueadas por la lejanía de su origen en Colombia, envuelta en chal hindú lleno de espejos, fumaba constantemente y no bebía ni comía ni se movía nunca; era como un maniquí de plástico de facciones fijas que sólo sube y baja un brazo, articulado por un tornillo. Descubierta por Terry, contratada para contactar al marido de una amiga perdido en el desastre del Surimi (je), la prestidigitadora le indica su futuro a quien se pare enfrente. Otra amiga de Terry que también desacató el decreto de no acceso al bar, fue aleccionada antes de que pudiera callar a su perrito muñeco a la Paris Hilton (y tan despectivo y fashion que iba con pulsera Livestrong de collar) sobre su falta de empuje para largarse a otro país a buscar el camino a seguir (volví a pensar: claro, es tan bella que sólo en Europa habrá un galán que le plazca). Su consejo para encontrarme con el amor verdadero: haz chacras de sexo toda la tarde (le pedí explicación e hizo movimientos de cadera hacia adelante y hacia atrás, igual que hacía el perrito peludo que ya me tenía de malas) y vete a una fiesta importante que se ve en el horizonte. En ese momento apareció la chef del lugar y nos invitó a la inauguración del Habita de la Condesa. La dueña del perro maldito nos informó que iba un tal Andrea Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco. Me enfermé de la panza, me pasé la noche yendo al baño, en mi casa, solito y sin el amor de mi vida. Quizá lo vea hoy, si voy, en la cena en su honor en la Casa de la Bola. Digo, si se trata de él. Y de ser princesa, o reinita, de un pequeño principado y un muy pequeño príncipe europeo.

 

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