viernes, enero 21, 2005

those were the days


Cuánta nostalgia genera leer que hoy se inaugura la Winter Antiques Fair en Nueva York, en el Armory de Central Park. Colección de recuerdos lejanos palpables, vestigios de tantas épocas y tantas pretenciones plasmadas en telas, maderas, metales, piedra, y vendidos tan caros a los ricos que ansían poseer un pedazo del pasado para adornar su presente y garantizar el futuro de sus descendientes. Impresiona la ironía del camino de algunos objetos, fabricados por sencillos artesanos para cumplir funciones diarias, como un plato de cerámica saltware de una granja inglesa del siglo XVIII, que es rescatado del anonimato por un anticuario astuto en un inocente mercado de pueblo por 15 libras, y termina exhibido en la repisa de una biblioteca opulenta en un penthouse de la quinta avenida después de ser adquirido por un empresario en la noche de gala de la feria por módicos 45,000 dólares. La vida de los anticuarios es casi de ladrones, pero elegantes, cultos, de vastos conocimientos históricos y de exquisito gusto para discernir lo bueno de la basura y de lo falso. Porque tras bambalinas corre sangre. Claro, por un escritorio Empire que se vende en un millón de dólares, son capaces de todo. Como viví con un anticuario en Londres y fui a las ferias de antigüedades, iba a la de invierno de Nueva York, que ofrecía el plus de codearse con magnates, artistas y políticos de la escena candente gringa. Y como la niña del cuadro, en venta este año, a veces me sentía pequeño y frágil, pero miraba todo.

 

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