sábado, abril 24, 2010

Adiós a Laura

En la noche me voy a Vallarta y estoy angustiado por la comida con mi tía y mi primo el médico que quería traer a mi hermana al DF al mejor hospital con el mejor oncólogo. Está convencido de que hubieran podido extenderle la vida hasta un año. Apenas me dice eso hoy. Sé entonces que mi hermana tuvo razón en no querer probar más tratamientos y mejor dejarse morir naturalmente, al lado de la playa a la sombra de las palmeras y no entubada en una cama de hospital muy lejos de sus hijos y amigas. Así fue. Casi. Estuvimos en Akumal y miró el mar y pidió estar en la cama y ya no salió de allí. Se nubló y llovió y cuando ya no podía Claudia abrirle la boca para darle gotas de morfina para el dolor, decidimos volver a Cancún a que el médico le aplicara un calmante más potente. Era urgente acabar con el sufrimiento de una persona que ya no puede más y sin embargo no puede morir por su cuenta. Yo me asusté de lo que estaba pasando y volví a México, pero no pude dormir y a la mañana siguiente reservé mi vuelo. Aterricé justo cuando mi hermana abría sus alas para volar al infinito. La tormenta creció, se inundó el cuarto, y la ciudad, y lloramos con toda esa agua, y las flores tropicales de intensos olores que trajeron las amigas llenaron de aroma el cuarto con velas flotantes. Laura casi sonreía, estaba totalmente relajada y entonces entendí por qué se dice “ya descansó”. Mi hermana ya no sufría, nos dejaba y deseaba suerte y se iba para siempre. Al amanecer hicimos un ejercicio de yoga todos de blanco mirando las nubes y repitiendo frases rítmicas. Lloré y lloré y me sentí aliviado, pero no haber podido hacer nada para salvarla me pesa, más ante la idea médica de salvarla como sea, aunque no fuese feliz. Ese es el tema. Su felicidad había terminado.

 

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