Scary Mictlan-tecuhtli!
Huguito me invitó a una visita guiada nocturna del museo del templo mayor, al que increíblemente yo no había ido, y la disfruté mucho. Nunca había sentido la enormidad del espacio prehispánico en pleno centro, frente a catedral y con la torre latino al fondo, sumido por la magnificencia del cielo y sus nubes gigantes iluminadas por el sol. La ciudad es una cobija sacudida con los edificios virreinales haciendo acordeón y los bloques de las pirámides de igual forma serpenteando sobre las dunas de nuestro lodo. Ternuritas actúan en el frío de la noche la escena de los comerciantes del mercado, la del pintor de códices, la del hijo guerrero que parte, el danzante que muere como venado, y al final un águila viva vuela y se posa sobre un nopal real. Adentro, vi por fin la piedra circular de la diosa de la luna (y afuera al salir el círculo majestuoso de la luna llena era más grande y se posaba lánguida sobre palacio nacional), pero más me impresionó, y me asustó mucho la escultura en barro del dios de la muerte, y admiré sus sutilezas, con costillas marcadas y el hígado colgando, la cabeza enorme y de sonrisa terrible, jorobada, las manos con uñas crecidas después de la muerte y los hoyos en el cráneo para el pelo natural que volaba con el viento y se pegaba quizá a la capa de sangre fresca con que cubrían el barro los sacerdotes. Vaya noche mágica. No comimos los tamales prehispánicos (se veían secos), pero llegamos al lugar de los tacos de fresco bistec asado con guisado que son la gloria y nos remontaron a épocas de entonces.
"Por tu hígado mueres, y te arrastro a Mictlán"
"Conmigo no puedes, ¡tengo tu imagen en mi brazo!"
"Papi, a ti te llevo primero, ¡mmmm!"