lunes, mayo 29, 2006

fabuleux faubourg


Lo más sorprendente de mi llegada sin maleta, que me permitió caminar libre y rápido por l’Avenue de l’Opéra, donde me dejó el bus del aéroport entre africanos con tambor y trompeta y demás integrantes de la “manif”, no fueron los atentísimos valets del Hotel Bristol donde me esperaba Sonia en la rue St. Honoré, quienes se encargaron de rastrear mis pertenencias y enviarme una toilette completa para mientras, ni los suntuosos salones de mármoles y telas brocadas y lámparas de oro que crucé para llegar a la vieja cabina de madera y cristales que subía con orgullo lento por el hoyo de las escaleras, ni la fastuosa suite con terraza donde fumaría en las noches mirando la Tour Eiffel iluminada con millones de centellas nerviosas, les Invalides de mañana con su cúpula brillante de oro doradísimo, y mero enfrentito la casa de modas de cinco pisos de Courreges con sus atareadas modelos, ni la salita mona y tranquila del cuarto, con charola de frutas de bienvenida y sillones Empire para trabajar en la lap de mi amiga de vez en cuando, ni el maravilloso baño para perderse un fin en vapores de tina enorme y honda, perfumes y jabones Hermés. No. El descubrimiento que sorprendió a este viajero bloguero fue el color verde plaqueta de todo el material impreso de tan célebre hotel donde se hospedan las reinas inglesas (do I qualify?). ¡Qué avanzados! Bueno, luego me impresionó un poco más la alberca en el sexto piso con su deck de teak, mural de Cannes de antaño, sauna de maderas sudorosas, cuarto de masaje de aceites olorosos y mil toallas blancas gruesas y bata fluffy a mi disposición. Después de nadar, sudar y hacer hambrita, me sorprendió un poco más el sabor de los pastelillos pillos de perfecta precisión ultramoderna de la nueva maison de Daleyoau, que saboreamos con infusiones de hojas exóticas. Y la tienda de las camisas y blusas de incomparable confección, de las que decidimos llevarnos unas, para cenar muy ajuareados. Y esa noche, me sorprendió aún más pagar 22 euros por un negroni Tanqueray en el bar del Ritz (30 dólares, 300 pesos, 15 mezcales mineros en la botica de la Condesa). Pero no me dejé. Cenamos tres francais, soupe d’oignon, crevettes et pate, steak tartare avec pommes frites y creme brulée, con tinto y champagne y expresso. Al día siguiente ya éramos nativos del Faubourg y caminamos por todos sus recovecos y amamos todo. Y más a los soldados del Palais de L'Elysee, justo a una cuadra. Oui!

"I'm wearing blood cell red. Now, scram!"

jueves, mayo 11, 2006

Monterrey con madre, wey!


Nunca en la vida había tenido razones para visitar ese lejano punto industrial y próspero, sin historia ni arquitectura colonial, caliente, seco, inhóspito y demasiado religioso para la comodidad de los menos creyentes. Pero se rompió el hechizo y 40 años luego de mi primera invitación por parte de mi mejor amigo de la primaria, rechazada por mi mamá me mima, la compañía para la que trabajo me envió a traducir una junta de clientes rete difíciles que estarían peleando a gritos el día entero. No hubo problemas, se resolvió la diferencia de 200 mil dólares a favor de la aseguradora, nos fuimos al San Carlos a comer cabrito (el bebé chivo de menos de una semana de nacido, cosa tremenda de digerir moralmente pero tan suavecito y tiernito y rico que uno dice, ps ni modo manigüis, te tocó perder y me das mucha dicha) y de regreso, en el aeropuerto compré glorias tradicionales y filetes para nutrir con proteínas saludables a los novios en potencia. El día anterior me dediqué a recorrer la ciudad. Caminé por toda su macro plaza, arquitectura soviética socialista de hiper kilométrica proporción rodeada de silenciosos edificios de gobierno, con su exótico faro naranja que debe caerse en cualquier momento por los vientos pero que sigue allí. Luego llegué al simpático y pueblerino barrio antiguo, de angostas y empedradas calles y casas antiguas de varios colores, donde probé la mejor y más fría limonada del planeta (con su amargura implícita y tamaño gigante) y visité varios bares, vacíos por ser lunes en la tarde (por eso no pude entrar al museo de arte contemporáneo, el Marco), antes de aceptar la sugerencia de un amigo ultra guapo, que me estaba cancelando la cena por haberse quedado en México, de tomar un taxi a la zona guau para ver la ciudad de los ricos, y bajar en PH. O sea. Pero tuvo razón, pues al cruzar el río el lugar se vuelve frondoso, contemporáneo, atractivo, imponente, con edificios trepados en el monte, casas enormes con influencias gringas y corporativos de mil cuadras que presumen dinero dinero dinero. Maravillarse por una tienda es cero cool, pero el Palacio recién abierto tiene el concepto más avanzado de tienda departamental que haya visto. Todo se ve de un punto, todo se antoja, todo es caro y todo es futurista. Salí muy impresionado y regresé al hotel para reunirme con Silencio, que venía en el avión, para cenar los famosos rib eye steaks, mmm, qué ricos, y beber vodkas y mirolear a los chicos. Así que sí, pasé dos días agradables y pude ponerle contexto real a la abstracta idea de la ciudad de por allá quién sabe dónde.

"Qué crueldad, eh, ¡pero qué rico!"

"They're like so modern here, wow!

miércoles, mayo 03, 2006

where is its value?


Finalmente se vendió ayer en Christie’s de Nueva York el retrato de Madame Ginoux, la dueña -bastante fea y seguro coda, con sus libros de cuentas en la mesa, para reclamar deudas- del café de la estación de trenes de Arles, pintado por su amigui Vincent, quien nunca pudo vender una sola pintura. El cuadro había estado desde 1929 en manos de la familia del Dr. Bakwin, un pediatra gringo muy rico. Su precio, sólo 40 millones de dólares (yo había apostado que se vendía en 80). Por otro lado, un cuadro de mi amiga, pintado por un anónimo del siglo XVIII y representando una sagrada familia, fue puesto en subasta a 20,000 pesos y no se vendió. Chale.

"¡Si hasta sirve para rezar!"

UPDATE:
Y ahora éste de Picasso, que se vendió anoche en Sotheby's por 95.2 millones de dólares. O sea, 1,047,200,000 de pesos, más de mil millones de pesos. ¿Puede un cuadro valer eso? ¿No es absolutamente absurdo? Claro, hasta que el vendedor sea uno, porque comprarlo no se antoja nadita. Y el comprador, en este caso, es un joven ruso de 40 años que nadie conoce, a quien sentaron hasta atrás y se portó cero cool dando saltos con su paleta, pero se reconoce que le ha ido muy muy bien en la reciente reubicación de los dineros en la nueva patria capitalista rusa. ¿Qué diría Lenin? ¿Y el zar?

"I'm Dora Maar, very pretty!"

 

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