fabuleux faubourg
Lo más sorprendente de mi llegada sin maleta, que me permitió caminar libre y rápido por l’Avenue de l’Opéra, donde me dejó el bus del aéroport entre africanos con tambor y trompeta y demás integrantes de la “manif”, no fueron los atentísimos valets del Hotel Bristol donde me esperaba Sonia en la rue St. Honoré, quienes se encargaron de rastrear mis pertenencias y enviarme una toilette completa para mientras, ni los suntuosos salones de mármoles y telas brocadas y lámparas de oro que crucé para llegar a la vieja cabina de madera y cristales que subía con orgullo lento por el hoyo de las escaleras, ni la fastuosa suite con terraza donde fumaría en las noches mirando la Tour Eiffel iluminada con millones de centellas nerviosas, les Invalides de mañana con su cúpula brillante de oro doradísimo, y mero enfrentito la casa de modas de cinco pisos de Courreges con sus atareadas modelos, ni la salita mona y tranquila del cuarto, con charola de frutas de bienvenida y sillones Empire para trabajar en la lap de mi amiga de vez en cuando, ni el maravilloso baño para perderse un fin en vapores de tina enorme y honda, perfumes y jabones Hermés. No. El descubrimiento que sorprendió a este viajero bloguero fue el color verde plaqueta de todo el material impreso de tan célebre hotel donde se hospedan las reinas inglesas (do I qualify?). ¡Qué avanzados! Bueno, luego me impresionó un poco más la alberca en el sexto piso con su deck de teak, mural de Cannes de antaño, sauna de maderas sudorosas, cuarto de masaje de aceites olorosos y mil toallas blancas gruesas y bata fluffy a mi disposición. Después de nadar, sudar y hacer hambrita, me sorprendió un poco más el sabor de los pastelillos pillos de perfecta precisión ultramoderna de la nueva maison de Daleyoau, que saboreamos con infusiones de hojas exóticas. Y la tienda de las camisas y blusas de incomparable confección, de las que decidimos llevarnos unas, para cenar muy ajuareados. Y esa noche, me sorprendió aún más pagar 22 euros por un negroni Tanqueray en el bar del Ritz (30 dólares, 300 pesos, 15 mezcales mineros en la botica de la Condesa). Pero no me dejé. Cenamos tres francais, soupe d’oignon, crevettes et pate, steak tartare avec pommes frites y creme brulée, con tinto y champagne y expresso. Al día siguiente ya éramos nativos del Faubourg y caminamos por todos sus recovecos y amamos todo. Y más a los soldados del Palais de L'Elysee, justo a una cuadra. Oui!
"I'm wearing blood cell red. Now, scram!"