happy halloween
Hace mil años me invitaron a una fiesta de halloween en la casa de Barragán de los suecos Egerstrom en Las Arboledas, diseñada a la escala de sus hermosos caballos, o sea que se debía caminar bastantito. Decidí vestirme de bruja en moderno, puta, y me puse medias color carne bajo las medias de red de pescador, tacones altísimos, minifalda, escote y chichics falsas, peluca, mucho maquillaje y perfume y sobre todo, actitud. De seductora irreverente. Uno de los faroles proyectaba mi sombra en el muro rosa del patio conforme yo hacía todo mi esfuerzo por caminar femenino y altivo en los tacones más imposibles para hacer mi entrada triunfal. Sufrí tanto, caminé eternidades, y como en película, cuando llegué al salón de la fiesta ya era casi mujer y fui recibida con pompa y circunstancia. Los hombres querían bailar conmigo, seduje a varios, con besos apasionados, mucha bebida y drogas ochenteras, y las mujeres se hicieron mis aliadas para ligar mejor y ser más mujer. Entraba al baño con ellas, nos contábamos chismes de la fiesta, reíamos bastante. Pero les confesé que nunca me había sentido tan lejos de ser mujer como esa noche, disfrazado de mujer. Por más afeminado que hubiera sido para los compañeros de escuela u oficinas, me percibí con esos tacones y esas ropas como tosco y malogrado. Buena experiencia.