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Entrar al imperio del horror immigracional por la ciudad mexicana donde recuerdan el Alamo tiene sus ventajas: todos hablan español, son camaradas y no hacen las preguntas tediosas y amenazantes de los otros aeropuertos. Y las colas son de máximo dos personas. Ya nomás haría falta conectar de allí al resto del mundo. Lástima que haya tan pocos vuelos. Vaya círculo vicioso.