lunes, agosto 30, 2004

macho kitsch

Fredericksburg es un pueblito lindo alemán de fines del siglo diecinueve, trepado en las colinas de Texas. A él llegan rudos gringos barbones, con brazos tatuados y melenas al aire, vestidos de cuero negro, con la babe abrazada atrás, en su Harley Davidson vintage. Lo curioso es que las tiendas locales, que son muchas, sólo venden los artículos más cursis y kitsch del planeta. ¿Cuál es la conexión? Sólo pude suponer que se avorazan sobre la comida alemana de los restaurantes locales, y que las carreteras que llegan al pueblo son divertidas para andar en moto. Qué contraste, afuera el amenazador ronroneo de las metálicas mascotas y adentro las más delicadas obras de porcelana, esferas navideñas y adornos dictados por imaginaciones perversas perdidas en mundos de fantasía infantil. Lo peor es que de tanto ver, uno termina seducido por la cursilería. Me salí con un cocodrilo verde chillante, de lentes y tacones rojos, con velitas en el lomo.

 

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