i want some!
Ahora resulta que la crisis económica gringa afecta el consumo de langosta. Ya nadie compra, hay demasiadas y los precios han bajado al suelo. Urge manejar al norte de Boston y visitar a los amigos de Antoine que tenían la cabaña más perfecta y civilizada del mundo, justo en la bahía de Ogonquit y dando al mar. Qué ricas langostas comimos hasta el asco. Pero ya pasaron muchos años y podría empezar tan fresco como la primera vez. Manjar, aún mejor que las langostitas caribeñas que arponeaban los pescadores para asarlas al carbón en la playa, que tanto fascinaron a mis compañeros de remo cuando nos fuimos a Cancún en mi Opelito azul. Qué tiempos. Y mejor aún que la langosta en caldo de Menorca comiendo hambrientos Sonia y yo luego de esquiar.
"y el vinito blanco para ir al cielo"