miércoles, abril 26, 2006

the lure of absinthe


Me pidieron un artículo sobre el ajenjo (absenta según los redescubridores, a cien años de su prohibición, del mágico líquido verde de los poetas malditos y pintores mochaorejas) y luego de averiguar cuáles vendían en las vinatas y no comprar una botella toda flaquita por cara ($480), me instalé en el bar de mi amiga Tina para beber de la que tenían allí. Y lo logré. Sólo dos amigas compartieron dos martinis y yo me bebí el resto, desde casi nuevita hasta casi vacía. Comencé con la faramalla del cubo de azúcar remojado en ajenjo, flameado en cuchara con fuego de cerillo a caramelizar, para verterlo en el vaso old fashioned con ajenjo y revolver bajo un continuo y lento chorrito de agua helada: Astringosol rebajado. Luego un shot neto: amargo pero kinda cool. Después martini helado de ajenjo y vodka: fuerte. Y ya mi gran creación, ajenjo y quina en rocas: al menos ocho. Me divertí mucho (bailé suspendido en una lentitud inventada), platiqué a mil con los ingleses que bebían otras cosas, salí bien happy y manejé a casa perfecto. Por tanto comprobé la parte de la campaña que dice: “El efecto es subjetivo, como una exacerbada claridad de la mente y agudización de los sentidos, con una notable sensación de bienestar y euforia que hace al corazón rebosar de alegría y a la imaginación excitarse hasta el límite de la locura (esto último no).” La otra parte de la campaña que comprobé es que sí se aparece el hada verde famosa, esta vez en forma de una chica joven y guapa que justo después del octavo ajenjo entró al bar con su portafolio de promoción para repartir fotos y textos del producto que yo estaba bebiendo, nada más y nada menos que el repudiado ajenjo checo que ni es. Dang, debo reiniciar mi investigación, esta vez con una botella del verdadero ajenjo, que tenga color feuille morte, haga un louche lento y espeso, huela intenso sin demasiado anís y sea de sabor complejo, ni amargo ni dulce, con esencias de verdores campiranos. Y leeré a Rimbaud, de coloridas vocales y aterciopeladas moscas.

"Le louche, la mouche!

martes, abril 18, 2006

underwater bliss


"¡No quiero salir! I like it here."
Ver pasar los peces de colores en escuela y los grandes meros presumidos, descubrir una tortuga carey jugueteando sola y feliz en la arena profunda, perseguir a una mantarraya con motas blancas en su suave aleteo por el fondo, cruzar cuevas milenarias de colonias de coral, tocar los pepinos de mar que cual pene de burro se estiran un metro cuando nadie los ve y se encogen a tamaño de niño en cuanto sienten una presencia, comparar mi escala con el diámetro de las esponjas enormes de oreja de elefante, mover los tentáculos de las anémonas brillantes con las olas de mi vaivén, mirar el azul profundo del precipicio de agua, que llama y llama a buscar el fondo a 800 metros, mirar entonces hacia la superficie de espejo, tan lejana, a más de treinta metros, con sus olitas y la forma distorsionada del barco sobre su quilla, allá afuera en el mundo de aire y sol y ruido, mirar las burbujas que me nutren escapar hacia arriba veloces y fugaces, escuchar sólo su burbujeo y mi respiración contenida, o un escaso llamado de atención del guía mayita urbanizado y gadgeteado, nuestro Darwin, sensual, juguetón, en su wet suit que revela grandes dotes viriles. Todo en una mañana, en un rato, un brevísimo lapso duradero, azul, frío, rico. Bliss.

martes, abril 11, 2006

we are not here


Mientras corrijo un libro que habla de la sociedad maniaca, en la que se nos presiona para estar ocupados, y entre más hacemos menos logramos, cuyo autor sugiere dedicar tiempo a pensar en cómo mejorar la forma de trabajar para eliminar lo superfluo y vivir con más espacio, me entero de que las corporaciones siguen eliminando y arreglando para ahorrar segundos y ganar millones. McDonald’s lleva casi tres años empleando a una compañía de tomadoras de órdenes para los drive-thrus, de modo que uno al acercar en Honolulu el carro al micrófono junto al menú, la tipa que saluda no está en el local, sino en una oficina de California, y tiene información del clima, hora e inventario de ese restaurancito frente a la playa; de inmediato llena la forma electrónica, la manda a la cocina del local, agradece al cliente con la suma de su cuenta y contesta la siguiente llamada, de alguien quizá en Omaha o Anchorage. Usé este argumento en la oficina para largarme a la playa mañana: ya nadie tiene que estar, a todos nos conectan y seremos más eficientes, trabajando desde temprano en vez de perder horas en el tránsito. Me dejaron ir si me callo la boca (chin, justo ahora que hay cero tráfico, qué delicia).

"hagamos la ola, ¡sipi-rilí!"
Reconozco que hay trabajos en los que el equipo es esencial, el esfuerzo personal enorme y la gratificación de participar con el corazón en las decisiones de elaboración del producto, maravilloso. Como en un periódico, donde todos opinan y viven en un café gigante de discusión eterna. El gran espacio editorial del Reforma, donde he tenido el gusto de mirolear como invitado, se antoja para lugar de trabajo; intenso, excitante, y con la palabra se forma parte del tejido diario de la vida nacional. Soy flojo, prefiero la playa.

"¿ps dónde quedó la ola?

martes, abril 04, 2006

Hey, Puebla rules!


Llegamos a medianoche, caminamos por la plaza central arbolada junto a la catedral de piedra gris, nos sentamos en sillones de sala en la banqueta de un bar abierto y antes de pedir una cerveza ya nos atacaba un pálido ser local, como de otro planeta, supuesto mimo, que en cuanto oyó mi queja (“no lo soporto, quítenlo”) cambió de acto para declamar su poema verde y luego pidió dinero por su trabajo (“pero no eres empleado mío”). La mañana siguiente fue calurosa pero fuimos a los deliciosos desayunos combinables, luego al nuevo Angelópolis, donde compré artesanías típicas de la región como una chamarrita de Zara y un bolso de Springfield. Bebimos un trago en el patio del Camino Real, entramos a la catedral a admirar a los que sufren, caminamos por el zócalo repleto de actividad y ruido, comimos en una Chimichurrería argentina toda moderna, como les gusta a los poblanos, y luego de bañarnos y enguapetarnos recorrimos antros para homosexuales, como La Cigarra, El Cero y El Antro, todos peculiares y divertidos, pero el último con el teibolero argentino más mamado y perfecto y sensual de las últimas décadas, que bailaba con pasión y frenesí por horas y horas, ignorando a todos, haciendo su rutina y contemplando su belleza en los ojos de los desesperados. Luego cenamos gringas de 15 pesos, las más ricas del mundo, con todos los fiesteros. Dormidera profunda, desayuno de chalupas típicas, recorrido por el nuevo e impresionante Paseo de San Francisco, gran logro urbano de integración antigua y moderna, fantaseo de encontrar casa vieja por allí para remodelar y vivir, regreso a lo típico en la plaza de los Sapos, donde adquir los mismos vasos rojo y dorado que tenía mi ma, para luego beber una refrescante limonada en el mesón del sacristán, naranja y caro y oscuro pero íntimo y calmante. Regresamos a casa, me despedí de la mascota más linda en existencia y de my dear friend y volví a mi pueblo a toda prisa, ya extrañando todo.

"Dejen dormir, llevos siglos bailoteando"

"No puedo más con este vestido de Vero Castro"

"Suéltame, soy orgullosamente poblano"

 

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